jueves, 24 de mayo de 2012

no hay música sin ciencia


No se puede ver ni palpar, sin embargo, se siente. La música es una de las manifestaciones artísticas más universales y, a la vez, uno de los rasgos más singulares, junto con el habla, del ser humano. Pero el lenguaje musical tiene, también, mucho en común con otro lenguaje que la inteligencia ha inventado para describir la realidad: la ciencia. Ésta habla de espectros, frecuencias, resonancias, vibraciones y análisis armónico. No es una simple coincidencia, no hay música sin física.
El sonido es un fenómeno físico originado por la vibración de los cuerpos y que se trasmite por el aire en forma de ondas. El efecto estético de un sonido depende de la relación lógica y pautada de sus vibraciones. Es decir, que en el fenómeno musical existe una esencia matemática. Y si consideramos la música como una sensación auditiva cuyo propósito es invocar emociones, disciplinas como la fisiología, la psicología, la bioquímica y las neurociencias tienen mucho que decir.

Ofrece sumo interés investigar lo que constituye una armonía y en qué consiste una disonancia. La diferencia que percibe nuestro oído es muy notable, y con seguridad ha de haber alguna regla que modifique materialmente la naturaleza de los sonidos; sólo falta que descubramos cuál es esta regla. Asimismo es muy interesante observar que hay ciertas clases de armonías a las que ni siquiera se da este nombre, porque las notas que suenan a la vez parecen casi exactamente iguales. Si hacemos sonar, por ejemplo, un do cualquiera en el piano y el de la octava anterior o el de la octava siguiente, está claro que no se trata do la misma nota; no obstante, son tan parecidas que al sonar juntas nos producen el mismo efecto que una sola, si bien el sonido resulta más rico e intenso.
Ahora bien; podría ser que nos figurásemos que esa clase de semejanza entre las notas depende de su proximidad en la escala. Un do, sin embargo, suena de un modo muy parecido a otro do, aunque les separen dos o tres octavas, y de un modo muy distinto de una nota inmediata a él, como un si o un do bemol. No tardamos en advertirlo si pulsamos a la vez dos notas que estén juntas. Todos los oídos están de acuerdo acerca de este hecho, y es forzoso que tenga una explicación satisfactoria.
Si construimos una nueva sirena, como lo ha hecho un sabio alemán, de modo que conste de cuatro series de agujeros en vez de una, y con un número distinto de agujeros en cada serie, obtendremos lo que se llama una «sirena de varias voces» o multisonora, con la cual pueden estudiarse de un modo muy conveniente las leyes de la armonía, que constituye en realidad una ciencia de por sí, lo mismo que el estudio de las rocas o el de las estrellas, y los que quieran ahondarla han de consagrarle su vida entera. Pero cualquiera puede hacerse cargo de sus principios fundamentales y de la diferencia entre lo que se entiende por armonía y disonancia.

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