No se puede ver ni palpar, sin embargo, se siente. La música es una
de las manifestaciones artísticas más universales y, a la vez, uno de
los rasgos más singulares, junto con el habla, del ser humano. Pero el
lenguaje musical tiene, también, mucho en común con otro lenguaje que la
inteligencia ha inventado para describir la realidad: la ciencia. Ésta
habla de espectros, frecuencias, resonancias, vibraciones y análisis
armónico. No es una simple coincidencia, no hay música sin física.
El sonido es un fenómeno físico originado por la vibración de los
cuerpos y que se trasmite por el aire en forma de ondas. El efecto
estético de un sonido depende de la relación lógica y pautada de sus
vibraciones. Es decir, que en el fenómeno musical existe una esencia
matemática. Y si consideramos la música como una sensación auditiva cuyo
propósito es invocar emociones, disciplinas como la fisiología, la
psicología, la bioquímica y las neurociencias tienen mucho que decir.
Ofrece sumo interés investigar lo que constituye una
armonía y en qué consiste una disonancia. La diferencia que percibe
nuestro oído es muy notable, y con seguridad ha de haber alguna regla
que modifique materialmente la naturaleza de los sonidos; sólo falta que
descubramos cuál es esta regla. Asimismo es muy interesante observar
que hay ciertas clases de armonías a las que ni siquiera se da este
nombre, porque las notas que suenan a la vez parecen casi exactamente
iguales. Si hacemos sonar, por ejemplo, un do cualquiera en el piano y
el de la octava anterior o el de la octava siguiente, está claro que no
se trata do la misma nota; no obstante, son tan parecidas que al sonar
juntas nos producen el mismo efecto que una sola, si bien el sonido
resulta más rico e intenso.
Ahora bien; podría ser que nos figurásemos que esa
clase de semejanza entre las notas depende de su proximidad en la
escala. Un do, sin embargo, suena de un modo muy parecido a otro do,
aunque les separen dos o tres octavas, y de un modo muy distinto de una
nota inmediata a él, como un si o un do bemol. No tardamos en advertirlo
si pulsamos a la vez dos notas que estén juntas. Todos los oídos están
de acuerdo acerca de este hecho, y es forzoso que tenga una explicación
satisfactoria.
Si construimos una nueva sirena, como lo ha hecho un
sabio alemán, de modo que conste de cuatro series de agujeros en vez de
una, y con un número distinto de agujeros en cada serie, obtendremos lo
que se llama una «sirena de varias voces» o multisonora, con la cual
pueden estudiarse de un modo muy conveniente las leyes de la armonía,
que constituye en realidad una ciencia de por sí, lo mismo que el
estudio de las rocas o el de las estrellas, y los que quieran ahondarla
han de consagrarle su vida entera. Pero cualquiera puede hacerse cargo
de sus principios fundamentales y de la diferencia entre lo que se
entiende por armonía y disonancia.